Lo que dejo demostrado San Valentin hace no muchos días, es su tremendo impacto consumista que genera en las personas, tal vez igual o más que en navidad. Se supone que es por amor o cariño, pero al final el único amor es a los regalos, a lo material, a lo plástico, a los status y a las falsas ilusiones, el único día donde todos -desde el proletario hasta el burgués- están dispuestos a gastar y endeudarse por quedar bien con alguien en la misma sintonía del amor predominante y platónico. No es un ataque contra los amantes sino contra el negocio del amor, la potencia más rentable de la maquina capitalista, aquella que nos convirtió el amor en un problema que nos ha contaminado el inconsciente a tal nivel que se nos hizo deseable volvernos zombies consumistas el 14 de febrero por nuestras parejas. Corro el riesgo de quedar como amargado, en realidad me interesa potenciar practicas amatorias y no simbolismos de amor barato, porque si nos quedamos con lo ultimo corremos el riesgo de caer en la cultura del enemigo, la cultura del individualismo, la competencia y el consumismo.
Es obvio que al final del día, luego de la cena y el orgasmo, volveremos a trabajos alienantes o a sentir el frío de nuestras relaciones individualistas donde se celebra la pareja y no las practicas amatorias. La pobreza sexual y afectiva es lo que nos obliga a ir bares, a restaurantes a generar comparaciones inconscientes con otras parejas. Lo mejor sería quemar toda la idea imperante de amor y construir practicas amorosas que escapen a la lógica de la conquista y el eufemismo.
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