“[…] Dedican ochenta años para morir con lo absurdo de una existencia en la que han acabado por confundir la vida subjetiva con la banal irrisión de sus caprichos. Ustedes trabajan, ustedes consumen, y entre estos dos polos invariables del imperio de la nada sólo anhelan que se les permita dormir. ¿Y eso les parece vivir? […] Nosotros contamos con que no se perdonen jamás el haber ignorado hasta este punto y por tan largo tiempo la verdadera vida; y contamos tanto menos con que una sociedad completa se ha jurado sólo seguir remunerando la alienación, y generosamente. Los más limitados de entre ustedes se vanagloriarán entonces de que están siendo razonables, ellos, absteniéndose bien de pronunciar la confesión humillante de que si ellos son razonables es únicamente porque se les ha hecho razonar. Algunos no dejarán de reprobar nuestra injusticia. Ya que, después de todo, ellos sufren el presente estado de cosas.
Ellos sufren, ciertamente, pero su sufrimiento no conmueve a nadie y no despierta ninguna compasión, pues no son los mártires de nada, si no es que de ellos mismos, lo cual no es mucho. La desgracia que les impone su nulidad y su finitud es ella misma nula y finita; ésta no es una desgracia de hombre, sino de bestia. Los más finos de entre ustedes incriminarán a la dominación y la tiranía de un puñado de dirigentes corrompidos, y éstos guiñarán el ojo. Pero por supuesto, su sumisión es toda la realidad del mundo de la dominación. No hay ustedes y el ‘sistema’, su dictadura, sus pobres y sus suicidados. Sólo hay ustedes en el sistema, sumisos, ciegos y culpables. Nosotros les reprochamos el ser inofensivos.” La prédica se terminaba finalmente con estas palabras, cuya consecuencia inmediatamente fue arrojada: “Muéstrenos que ustedes no son los sujetos de sus actos. Pero si lo son, anhelo que revienten por su indiferencia.”
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