Hoy día vende más declararse ateo que declararse cristiano, el mismo león tolstói sería linchado por los llamados ciudadanos ateos, por supuesto que no es el ateísmo de bakunin ni mucho menos de spinoza sino una renovada versión capitalista que sigue las mismas líneas de moralidad cristiana, es en el fondo esconder la moral bajo un rostro más aceptable por la Jovencita. El ateo de hoy en día no es un huérfano de dios sino simplemente trabaja en pos de un nuevo dios; la sociedad en sí misma como la abstracción triunfante, no cualquier sociedad, sino la sociedad del sacrificio. El culto al sacrificio ya no es solo asunto de mártires cristianos, más bien de todo aquel que funcione bajo la subjetividad obrera y ciudadana, inclusive de aquellos que se dicen críticos/ateos y plantean la revolución a través del sacrificio de clase o de individuo. Sacrificarse es el corazón de dios (la sociedad) porque trabajar es el motor de este tipo de sociedad. El trabajador es entonces el arquetipo ideal de un mundo donde ateos y cristianos ya significan lo mismo.
“(…) Y un tipo o polo esquizo-revolucionario que sigue las líneas de fuga del deseo, pasa el muro y hace pasar los flujos, monta sus máquinas y sus grupos en fusión, en los enclaves o en la periferia, procediendo a la inversa del precedente: no soy de los vuestros, desde la eternidad soy de la raza inferior, soy una bestia, un negro.” (Deleuze & Guattari)
lunes, 23 de marzo de 2015
jueves, 5 de marzo de 2015
El mendigo y la fuga
“el ocio es la revuelta, la peor de todas, en un sentido,
pues espera que la naturaleza sea generosa como en la inocencia de los comienzos
y quiere obligar a una Bondad a la que el hombre no puede aspirar desde Adán”
Foucault
A nadie le sobra la plata, aunque el dinero sea un
sinsentido y una realidad ficticia, en el capitalismo tener plata lo es todo y
por supuesto que si trae la felicidad, esto porque la felicidad es solo un dato
estadístico y objetivo construido a través del deseo reaccionario de capital,
de reconocimiento y necesidades varias, no hay nada romántico e ideal en lo que
llaman felicidad. Trabajar para tener plata no es un asunto que dignifique ni
al proletario más obediente, sino solo una obligación real para aquél que aún
no desea la fuga en la muerte o en la ficción. Es aquí cuando aparece el
mendigo como un desertor al trabajo como fuente de todas las afecciones al cuerpo
y a nuestras potencias; el mendigo no debe ser entendido como un individuo, ni
un ser personalizado sino como la significante fugitiva real al corazón del
sistema, de la misma manera que nadie entiende al obrero como un ser individual
e independiente de su clase, el mendigo no es ajeno a la maquina social encontrándose
en la periferia de la sociedad, no fuera de ella.
Todos odian al mendigo, en el siglo XVII lo acercaron junto
con ociosos, míseros y pobres a la locura, se le encerró en hospitales
represivos, en el nombre de la filantropía condenaron su ignorancia y
mendicidad, más tarde se trató de incluirle a la centralidad de la sociedad a
través de las casas de trabajo forzado, se dijo que se les enseñaba a leer, a
escribir, a contar, a ser honrados y decentes pero esto solo se trataba de un
proceso de normalización y supresión de cualquier tipo de fuga de la norma que
aún no termina.
Para nadie es un gusto encontrarse con el mendigo, no quedan
muchos pero los que quedan no son sujetos ideales ni enmarcados en campos
románticos, simplemente la respuesta periférica al corazón de todos los males.
Si de verdad hay un asunto molesto para el ciudadano y el proletario obediente
es que un desconocido le pida plata, aunque por supuesto no es igual cuando un
estudiante blanco recién entrado a la universidad se acerca a pedirle dinero, aunque
claro, se trata del futuro del país y el otro la revuelta.
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