“(…) Y un tipo o polo esquizo-revolucionario que sigue las líneas de fuga del deseo, pasa el muro y hace pasar los flujos, monta sus máquinas y sus grupos en fusión, en los enclaves o en la periferia, procediendo a la inversa del precedente: no soy de los vuestros, desde la eternidad soy de la raza inferior, soy una bestia, un negro.” (Deleuze & Guattari)

viernes, 8 de febrero de 2019

Hablar de educación... (pedro garcía olivo)

Hablar de la educación como un “derecho” es un absurdo semántico, cuando no una manipulación político-lingüística.  En  cualquiera de sus acepciones (como transmi-sión  de  la  cultura,  como  difusión del saber, como moralización de las  costumbres,  como  socialización de la población, como proceso  de  subjetivización,...),  la educación  “sucede”  —acontece, pasa ocurre. Se da la educación en cada intercambio comunicativo,  en  todos  los  momentos de la vida social, en cada uno de los  ámbitos  de  la  relación humana...  Considerar  que,  así entendida,  la  educación  es  un derecho  humano  resulta  tan absurdo como postular que también respirar, caminar o dormir por las noches son derechos de todos los hombres,  prerrogativas genéricas  que,  en  tanto  “logros  de  la Humanidad”,  han  de  ser  asignadas  y  protegidas  precisamente por los Estados democráticos. Las cosas  que  simplemente  “suceden”, sugeriría Derrida, ni siquiera son  susceptibles  de  decontrucción:  podemos  desmontar  la Escuela,  pero  no  la  educación; cabe  deconstruir  el  Derecho, aunque no la justicia, etc. Por eso, y más allá del absurdo semántico, nos  hallamos  ante  una  trampa lingüística: “derecho a la educación” significa, en realidad, “obligación de acudir a las escuelas”, como el “derecho al trabajo” ha venido  resolviéndose  en  tanto “obligación  de  desear  ser  explotado  laboralmente”. Y,  así  como el trabajo no coincide necesaria-mente con el empleo, ni la labor con el contrato salarial; la educación se distingue de la escolarización....

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