“(…) Y un tipo o polo esquizo-revolucionario que sigue las líneas de fuga del deseo, pasa el muro y hace pasar los flujos, monta sus máquinas y sus grupos en fusión, en los enclaves o en la periferia, procediendo a la inversa del precedente: no soy de los vuestros, desde la eternidad soy de la raza inferior, soy una bestia, un negro.” (Deleuze & Guattari)

martes, 9 de septiembre de 2014

Suicidio como línea de fuga

“La perfección del suicidio se encuentra en lo equívoco.” Guy Debord, Aullidos por Sade (1952)

Cuando hablo del suicida no hablo del loco, pueden existir suicidas locos y no, pero la evidencia empírica muestra que no hay co-relación verídica entre el suicidio y la locura, ni siquiera en la estadística o en la literatura al respecto, cuestión que la discursiva mediática y psiquiátrica de forma intencionada ha preferido ignorar, esto porque establecen como verdad pública la falacia de que el loco se encuentra en peligro de sí mismo, y posiblemente se encuentre en una situación peligrosidad pero no producto de su delirio -como dice la institución psiquiátrica- sino de las condiciones políticas y médicas de las que fue secuestrado, está en peligro de sus ataduras pero no de su locura. Condiciones de contexto, situaciones y estado de las cosas que nos pone a todos en un devenir suicida, locos y supuestos cuerdos.

El suicidio debe ser analizado no como un hecho general u objetivo sino como un conjunto de cuestiones fenomenológicas, desde entenderlo como producto de la sociedad a un suicidio como línea de fuga con significante de desorden y ruptura al sistema social. A pesar de que esta ultima forma de interpretar el suicidio tenía su simbolismo filosófico evidente en el siglo XVII-XIX, periodo de organización social y política que Michel Foucault llamó “sociedades soberanas”, una forma de desplegar las fuerzas de poder a través de la soberanía de la vida-muerte; el soberano es Dios –dice Foucault- y las instituciones de poder político o pastoral, en ese contexto histórico el suicida genera un quiebre con sus administradores, como decía Foucault: -“No hay que asombrarse si el suicidio —antaño un crimen, puesto que era una manera de usurpar el derecho de muerte que sólo el soberano, el de aquí abajo o el del más allá, podía ejercer— llegó a ser durante el siglo XIX una de las primeras conductas que entraron en el campo del análisis sociológico; hacía aparecer en las fronteras y los intersticios del poder que se ejerce sobre la vida, el derecho individual y privado de morir. Esa obstinación en morir, tan extraña y sin embargo tan regular, tan constante en sus manifestaciones, por lo mismo tan poco explicable por particularidades o accidentes individuales, fue una de las primeras perplejidades de una sociedad en la cual el poder político acababa de proponerse como tarea la administración de la vida”-(1).

A pesar de que aparentemente ya no estamos bajo las sociedades soberanas de Foucault, sino más bien en un Espectáculo(2) en mutación con la sociedad de control de Gilles Deleuze(3), terreno contemporáneo donde el suicidio tiene una signifícate no muy lejana a la del siglo XIX, algo que evidencian el campo de las instituciones jurídico-disciplinarias donde se estipula –me separo y declaro en guerra contra toda noción jurídica- el derecho a la vida pero no a la muerte. Se construyo todo marco jurídico y cultural para llevar al suicidio a lo prohibido, quizás algo de influencia previa tenga el cristianismo cuando establece al suicida como pecador.
Legal o no legal. En el sistema legislativo estadounidense el suicidio no es ilegal ni en otros países como España, no porque de antesala se configure una suerte de derecho a la muerte, sino porque un marco de negación al suicidio no se reduce a la legalidad o no de esté que poco importa para el suicida, sino a la subjetividad dominante sobre suicidarse.

No importando la mediatización, el suicida es nihilista en el acto, no porque se identifique individualmente con un cierto nihilismo, sino por su ejecución –no confundir con motivación- misma de negación a una vida programada, el suicidio rompe con las ataduras sociales y morales hegemónicas, de antesala rechaza lo viviente o lo que quedará. En ese sentido todos los suicidios son líneas de fuga del Caos. A partir de lo anterior creo necesario invitar a analizar el suicidio, por supuesto no excluyendo el análisis anticapitalista y crítico del suicida como producto del status quo, pero no reflexionar sobre esté desde la sensibilidad con la noción de “vida”, o la individualización del suicida, ni siquiera -en mi opinión- desde el análisis objetivo y falaz de Durkheim(4), que habrá en otro momento que discutir, sino desde una mirada crítica, filosófica, histórica y política, siempre política.

 Escrito por Orlando S.
antipsiquiatria@riseup.net

 Bibliografía:
(1) . La Historia de la Sexualidad, Vol 1: La voluntad del saber, Michel Foucault (1979)
(2) . La sociedad del Espectáculo, Guy Debord (1967)
(3) . Post-scriptum sobre las sociedades de control, Gilles Deleuze (1990)
(4) . El Suicidio, Émile Durkheim (1897)

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